miércoles, 13 de abril de 2011

yo lo llamo aceleración_


Estamos en un momento de profundo cambio, es un cambio radical y muy, muy rápido. Tanto que, en ocasiones, no somos conscientes. Hay quien prefiere observarlo desde fuera, alejándose de la sociedad.

Los más mayores, por ejemplo, ven que el modelo de sociedad en el que nacieron, ya no existe y, en su lugar, hay un nuevo modelo gestándose. Nunca antes en la Historia, una generación ha presenciado semejante cambio tan brusco- la explicación está en el ritmo vertiginoso de este cambio.

Los jóvenes, en cambio, no hemos acumulado el bagaje suficiente en esto, por tanto, sí sentimos la rapidez y voracidad del proceso. Se han necesitado generaciones para que este cambio se efectúe: somos pues, beneficiarios del cambio.

Surge pues un sentimiento antagónico a la hora de percibir esta transformación: por un lado, la emoción ante cualquier cambio, siempre pensado como mejora o avance; por otro lado, la perturbación que uno siente ante la velocidad excesiva del cambio, que impide disfrutar de lo que uno tiene en cada momento.


Hablemos pues de aceleración, más que de cambio. Aceleración porque ya no son los mismos patrones de tiempo que antes: 100 años de antes no son lo mismo que 100 años de ahora (ahora cunde más el tiempo, se producen más cambios y más bruscos ahora en 5años que antes en 30, sobre todo, tecnológicos).

Este proceso de aceleración aparece, inevitablemente, ligado a otro concepto: el de la obsolescencia. Pero, no a una obsolescencia natural, fruto del paso del tiempo, sino a una programada, planificada. Pero, ¿por qué? Porque vivimos en una sociedad de consumo exhaustivo, que no para, que crece sin límite, y que nos obliga a estar supeditados al mercado, que determina el fin de la vida útil de un producto o servicio, de modo que éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un periodo de tiempo calculado de antemano. Este hecho, estimula positivamente la demanda al alentar a los consumidores a comprar, motivados por una necesidad artificial y sin que sus productos hayan llegado ni siquiera a deteriorarse lo más mínimo.


Pasamos de vivir en sociedades de renovación en donde “todo ya está dicho y hecho” y hay que recogerlo e interpretarlo, a sociedades de innovación, de invención, “todo está por hacer y por decir”, con la consiguiente incertidumbre del futuro. En este tipo de sociedades cobra una especial relevancia el conocimiento y la información, ya que, la innovación es la manifestación de una intensa y compleja actividad humana. Conocimiento como proceso de abstracción, a través del cual el hombre percibe de manera única e irrepetible todo cuanto acontece a su alrededor. Información como materia prima del conocimiento, que permite la visibilidad de lo que hay alrededor. Cuanta más información, menos error, mejor actúo. Así funcionan, en teoría, las sociedades de innovación. Pero surge el problema de la sobreinformación, en donde la educación aparece como única opción para evitarla, formando a las personas para intervenir en sociedades de conocimiento, de futuro.

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